lunes, 6 de diciembre de 2010

Territorio mestizo

Ana Ramos (Praia).- Antes de llegar alguien nos dijo que aquí durante mucho tiempo lo único que había era personas y piedras. Acaba de terminar la temporada de lluvias y la aridez es extrema. “¿La última vez que llovió? ……. ni me acuerdo”, nos dice una caboverdiana a la que compramos el primer litro de agua del día. Siete de la mañana y el sol ya comienza a amenazarnos. Después descubriremos que la mujer, realmente, no debe tener muy buena memoria ya que, hace apenas un mes, llovió y en lugar de hacerlo torrencialmente, como ocurre en todos los lugares en los que la lluvia es casi utopía, el agua cayó con sabiduría regando el escaso suelo cultivable. Qué ironía, un país rodeado de agua y en el que ésta es el mayor de sus problemas.

Praia, capital del país y la que concentra el mayor número de habitantes, 125.000 de los cuales, como siempre, unos viven muy bien, mientras que muchos más… sobreviven. A pesar de que Cabo Verde ya está considerado un país de desarrollo medio, queda mucho por hacer aunque los caboverdianos sonríen…

La morabeza, esa que hace referencia a su carácter hospitalario, no puede ser más cierta. Nos dirigimos a Plateau, el centro histórico y comercial de la ciudad y aunque nos han advertido de que Praia es la más europea de las urbes del archipiélago… disentimos y empezamos a creer que, al igual que los caboverdianos, Praia es más bien mestiza. Estamos en África, no hay duda, y, a la vez, en una Europa vieja, que no antigua, polvorienta, caótica… y, al tiempo, colorista y, en cierta manera, hermosa.

Algunas mujeres llevan los niños a la espalda, al modo africano, pero muchos hombres lucen zapatillas de deportes y viseras ladeadas. Hablan portugués, pero los inmigrantes –que empieza a haberlos, lo que dice mucho de sus niveles de progreso – y muchos caboverdianos prefieren el crioulo, un idioma que bebe del
portugués y de las diferentes lenguas africanas. Nosotros, galego falantes, no lo entendemos.

Mayoritariamente católicos, su arquitectura –en los casos en los que las construcciones están ordenadas en un cierto urbanismo- es portuguesa también. Realmente, sólo han pasado 35 años desde que Cabo Verde proclamó su independencia, tras cinco siglos de colonialismo en los que Portugal prohibió cualquier manifestación cultural que pusiera en peligro la “hegemonía del imperio”. La misma historia tantas veces repetida y, lo que es peor, que seguirá repitiéndose.

El turismo prefiere otras islas (Boavista y Sal) y quizás por ello todavía no nos hemos cruzado a ningún extranjero. Sin embargo, al llegar a Plateau, con una media sonrisa constatamos que muchos de sus comercios, como ocurre en Europa, están regentados por inmigrantes chinos. Las similitudes no terminan ahí pero las siguientes no tienen ninguna gracia. Apenas dos cafés, dos bollos y dos aguas, cerca de siete euros, como en cualquier capital europea, con la diferencia de que aquí un salario privilegiado ronda los 18.000 escudos caboverdianos (unos 180 euros).

En la Praça Luís de Camões, de nuevo, somos testigos del revés y envés de esta realidad tan mestiza como la piel genuinamente caboverdiana. Una mujer vende caramelos en la calle –ocho horas después seguiría haciéndolo- y, a su lado, un grupo de jóvenes se conecta a la red inalámbrica de internet que existe en las principales ciudades de Cabo Verde, utilizando, además, equipos de última tecnología.

Reponemos fuerzas, ahora ya con una Estrela, la cerveza caboverdiana, pero antes un último contraste, aunque esta vez falta la cruz de una cara tan extraña. El transporte público, eficaz pero destartalado, comparte carril con infinidad de coches de alta gama… muy alta.

(Fotografías de Xan Xiadas)

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